—No entiendo lo de tu grupo de amigos.
—¿El qué no entiendes?
—¿Por qué sois así?
—Así, ¿cómo?
—Expertos en apuñalaros y reconciliaros como si nada hubiera pasado.
—También somos expertos en intrigas y conspiraciones. Ríete tú de las traiciones en cualquier corte europea de la Edad Media.
—¿Por qué eres tan cínica?
—No lo soy. Es lo que yo he vivido. Nadie ha estado ahí 100%. Ni yo lo he estado. Es la condición humana. Está en nosotros el ser así.
—¿Pero la amistad no se supone que es de otra manera? Desinteresada, sincera, limpia…
—Yo no conozco otra forma de amistad. Claro que nos ayudamos y nos preocupamos por los demás. Hemos vivido de todo y lo hemos hecho todo juntos. Momentos malos y momentos buenos. Pero la amistad, como la vida, está llena de matices y tonos grises.
—¿Entonces os apreciáis de verdad?
—Claro que sí que nos queremos. Aunque también es verdad que otras veces nos mataríamos si pudiéramos.
—No entiendo como habéis llegado hasta aquí.
—Hemos crecido con ello. Antes vivíamos con ello y ahora somos así. Hemos aprendido que la amistad tiene límites, el límite que te marquen los intereses ajenos y los tuyos propios. No hay amigos para el resto de tu vida. Siempre vamos a ser un grupo, eso es cierto. A veces de amigos y, otras veces, de enemigos. Es difícil de comprender desde fuera, pero para nosotros es tan natural como respirar.
—Yo sí creo en la amistad para toda la vida. Sólida, fuerte, capaz de enfrentarse a todo y a todos.
—Solo hay una cosa así de resistente: el instinto de supervivencia en sociedad.
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